Como
ya comentaba hace unos días, me dispuse a analizar una de las lecturas
propuestas por la asignatura, titulada igual que esta misma entrada. Pero, para
situarnos, en primer lugar, creo que es importante aclarar qué es una comunidad
de aprendizaje vinculada al museo. Pues bien, según la definición que nos ofrece
la CREA y cito textualmente: “Una
comunidad de aprendizaje es un proyecto de transformación social y cultural de
un centro educativo y de su entorno para conseguir una Sociedad de la
Información para todas las personas, basada en el aprendizaje dialógico,
mediante una educación participativa de la comunidad, que se concreta en todos
sus espacios incluida el aula.”
Al hilo de este asunto, comenta y
describe la propia autora qué quiere decir todo esto. Para ello, nos ofrece una
respuesta muy concreta y acertada que recojo aquí tal cual, pues emplea las
palabras adecuadas y no veo la necesidad de modificarlas con las mías propias. “Buscando la dinamización, la
apertura, el desarrollo y la participación cultural, atendiendo a las demandas
sociales, se ha de llegar a un tipo de museo que forma parte de la comunidad y
no vive de espaldas a ella, un lugar educativo por excelencia, para todo tipo
de público, escolares, mayores, familias, jóvenes. Este museo tiene como valor
el diálogo intercultural en lugar de una cultura dominante que preserva. Activo
en sus modos de trabajo, pluridisciplinar, no tanto por la suma de expertos en
diversas disciplinas sino por las metodologías que se aplican: conocimientos
compartidos y abiertos a la revisión constante; y comunitario, en el que
continente y contenido cobran sentido en su intercambio con las personas y sus
experiencias. El carácter didáctico y educativo, en su sentido amplio, aparece
marcado, y se basa en la mediación y en la facilitación para las construcciones
personales. Un museo que promueva el aprendizaje permanente durante toda la
vida. Un modelo al que se aproximan, por la idiosincrasia de su concepción, los
centros de arte en los últimos años. ¿Un museo imaginario?”
Pues bien, todo esto resulta muy lógico
y “bonito”, pero, desgraciadamente parece tratarse de una utopía. Por ello, el
motivo de esta nueva entrada y los argumentos que proporciono previamente, son
la base personal que establezco para preguntarme ¿qué podemos hacer?
Es evidente que existen ya, hablando a
nivel nacional, museos que han adoptado programas educativos en los que la
interactividad y la participación se convierten en protagonistas, juntos, claro
está, el público y su propio aprendizaje. Sin embargo, este tipo de iniciativas
se ve tristemente limitado a los museos de ciencias o quizá los dedicados a la
difusión de la cultura y el patrimonio. Pero, ¿qué hay de los museos de arte?
¿Qué pueden hacer ellos para lograr acercarse al público de forma más
participativa y, por consiguiente, más atractiva? Se me ocurre pues,
representaciones teatrales de las obras pictóricas, práctica que lleva a cabo
el Museo de las Escuelas (Buenos Aires); o bien talleres creativos de animación
experimental o stop motion, como propone el Caserío Museo Igartubeite (Guipúzcoa);
otro buen ejemplo sería el proyecto “Musas, música. Museos”, iniciativa del
Museo Lázaro Galdiano (Madrid), que propone aunar investigación y divulgación
en torno a la música antigua y sus instrumentos a través de conciertos y
exposiciones dirigidas por expertos de las diversas áreas; Scotland Street
School Museum (Escocia) ofrece al visitante experimentar un día en la vieja
escuela con los medios más didácticos como pantallas táctiles interactivas;
estos son solo algunos ejemplo, de los que podríamos citar más y más.
Al margen de todo este asunto, existe
un esquema formado por los denominados “ejes de articulación de la Comunidad de
Aprendizaje” (Torres, 2004).
Desarrollo económico y humano
|
Formal
|
Rural
|
Real
|
Comunidad de
Aprendizaje
|
Virtual
|
Urbano
|
No formal
|
Ciudadanía
y participación social
|
Sin duda, son todos elementos
fundamentales, pero, a nivel personal, yo comenzaría por los agentes de la
Comunidad de Aprendizaje y, principalmente, a quién va dirigido el aprendizaje.
De esta manera, el entorno (urbano o rural), el tipo de educación (formal o no
formal, real o virtual) o el método de ejecución así como los recursos
económicos y materiales vendrán después. Considero que, en primer lugar,
debemos conocer a nuestro público, sus necesidades y qué tipo de participación
pueden aportar. Una vez estudiadas todas las posibilidades, con su grupo
formado por profesionales comprometidos (y subrayo el concepto porque
sin ellos, sin personas especializadas en la materia y comprometidos con el
proyecto educativo dentro del museo, no habrá Comunidad de Aprendizaje posible)
seremos capaces de ofrecer una serie de propuestas, proyectos como los
mencionados anteriormente y con los que logremos captar a todo tipo de público,
ofreciéndoles, en definitiva, un aprendizaje. Un aprendizaje que les mantenga
motivados e ilusionados y que consiga “llegarles realmente”, que cambie sus
vidas, su manera de pensar y ver las cosas, que les haga sentirse mejor.
Creo que todo esto es posible y, lo más
importante, existen los medios y los escenarios para llevarlo a cabo.
Necesitamos de esfuerzo, paciencia y colaboración para que la Comunidad de
Aprendizaje vinculada al museo sea posible y deje de ser una utopía.